Van varios, los edificios van cayendo uno a uno, primero bajo el rayado incesante, luego la quebrazón, finalmente el incendio. No lo vimos venir.
Hablar de patrimonio hoy en la vorágine que nos envuelve, parece fatuo y sinsentido, “que importan los edificios, lo importante son las personas” dirán algunos. Otros pensarán que no es mas que un puñado de ladrillos, ciertos dirán que es un buen soporte para manifestar las “reales demandas y sentir del pueblo”.
Tal vez todo sea válido, podremos conversar sobre ello y discutir posiciones.
Mas, hoy me siento obligada a decir que el patrimonio es el reflejo tangible de nuestra alma como nación y por eso nos duele la pérdida, estamos de duelo. Una puñalada certera quiere borrar lo que somos y lo que fuimos, para hablar de un nuevo Chile. Chile cambió, eso dicen.
Es cierto, Chile cambió, no lo vimos venir. Pero el cambio, si no lo administramos bien se puede volver contra nosotros. Negar nuestra historia, solo atenta contra nosotros mismos.
Es curioso ver caer la imagen del soldado desconocido a manos de quienes hablan de un Chile diverso de norte a sur, si no fuera por esa heroica gesta de gente común, como aquel soldado, nuestro país no disfrutaría de la maravilla que es el norte grande.
Vemos arder iglesias, vandalizar sus imágenes. Sus autores se escudarán en los inadecuados eventos que todos conocemos. ¿Pero alguien se detiene a pensar en aquel ciudadano común, que encuentra en estos lugares un espacio para su reflexión?
Vemos arder municipalidades y servicios públicos que daban vida a añosos edificios, significativos todos para su comunidad. Se quiere romper con el sistema establecido, es éste el culpable de todos los males, dicen. ¿Habrá pensado alguien que estos lugares son el refugio y apoyo de un adulto mayor o una mujer sola, que no encuentran en otro lugar una mano tendida?
Vemos arder edificios y vandalizar nuestro espacio público, el espacio de todos. Es ese espacio, que construido en el tiempo por públicos y privados, por generaciones tras generaciones, dio cabida a diversidad de voces, hoy acalladas, son ellas las que forman nuestra identidad. Querer hacerlo desaparecer, no es más que atentar contra nosotros mismos.
La historia de las ciudades, así como de las personas, es la suma, y no la resta, de acciones y situaciones, pensar que la destrucción es el camino para un nuevo país nos dejará sin aquel necesario espacio de la reflexión sobre lo que hemos sido, para poder decidir lo que queremos ser.
Quizás hemos fallado al traspasar a las nuevas generaciones, protagonistas de estas acciones, eso de que nuestra ciudad y nosotros mismos, no somos un computador que se borra cuando falla.
María Paz Valenzuela B.
Arquitecto, Profesor Asociado
Santiago, 13 de noviembre de 2019