Se esperaría que tras los luctuosos acontecimientos del recién pasado domingo 18 de octubre 2020, nos refiriéramos al valor histórico y patrimonial de la Iglesia de la Asunción, que abundáramos en la irreparable pérdida que implica el incendio de la centenaria construcción, su autor, eso y más, por supuesto.
No obstante, en esta oportunidad nos parece pertinente y necesario abordar los acontecimientos, desde otra vertiente, cual es la de la convivencia y la pertenencia a un barrio y un cotidiano común. Esto, más allá de los distintos aportes e iniciativas concretos con los que la Universidad ha colaborado al barrio en el pasado y recientemente a raíz de los graves hechos de octubre 2019, sino también en las horas difíciles que nuevamente le ha tocado vivir.
Como partícipes de una institución formadora, cuál es la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile, no debemos olvidar la ética como un elemento fundamental en todo ejercicio y formación profesional. Dicha ética se refiere, entre otras cosas a los alcances y límites de nuestro ejercicio y especialmente, su aporte al bien común, aporte que diferencia a toda profesión de un mero ejercicio artesanal.
Es justamente el bien común el que está en juego, cuando vemos el abuso sistemático y destrucción de las condiciones del medio ambiente urbano al cual está sujeta la comunidad de la cual participamos, hace ya algunas décadas, y a la que también hemos alterado con nuestro quehacer. Una comunidad que incluye, por cierto, a los vecinos de la Remodelación San Borja y con ello a los vecinos de la Zona Cero.
La barbarie de la quema de la Iglesia de la Asunción y de la Iglesia San Francisco de Borja, sumados los acontecimientos de destrucción de octubre pasado y los meses que siguieron, con el incendio del Museo Violeta Parra y del Café Literario de Providencia, el Metro, que más que un servicio, representa el espacio cotidiano ciudadano, el incendio de la Iglesia de la Veracruz en el Barrio Lastarria, el daño a los espacios de encuentro de las comunidades y el daño al espacio público y bienes privados, que también forman parte del espacio común, entre otros, debe frenarse.
Esos y otros aspectos constituyen el bien común, que se pierde cuando en las inmediaciones del campus, los ciudadanos y vecinos (muchos vienen a sus trabajos, otros viven en el barrio), no tienen donde abastecerse, pues no hay donde comprar -los supermercados que había fueron saqueados y luego cerrados-, (con la pérdida de puestos de trabajo), ni donde caminar normalmente, ni donde cruzar una calle con seguridad (semáforos, veredas, calzadas, entre otros). Que decir de la libre circulación y seguridad e integridad física de los vecinos, la situación de vulnerabilidad permanente, entre otros aspectos, afectando la vida cotidiana, la vida en comunidad y la salud de las personas.
Ante estas pérdidas y sus causales, debiésemos plantearnos ¿Qué estamos haciendo como Universidad por nuestra comunidad, por nuestros vecinos? ¿En qué se traduce el condolerse por la vía de nuestro accionar institucional? ¿Cómo acogemos la vulnerabilidad presente en el barrio común?
Como Universidad estamos llamados a velar por la inclusión en todas sus formas, la tolerancia y la democracia en el contexto de la sociedad. Del mismo modo, estamos llamados a cautelar y preservar el medioambiente y el entorno en su integridad, habitado también por la flora y por la avifauna local y doméstica, ambas puestas en peligro y en el caso de ésta última, se vio gravemente dañada, a causa de los violentos ataques incendiarios en el sector. Debemos ser coherentes y también considerar nuestro entorno inmediato, en toda su dimensión.
Los alcances de la destrucción, por violencia, no son sólo materiales. Ataca lo más profundo de nuestra humanidad y civilidad, nuestros afectos, nuestros valores, ataca todo lo que es parte de nuestra vida cotidiana y común, ataca por cierto nuestra convivencia. Produce dolor y desazón.
Más allá de la reflexión teórica y abstracta de la realidad nacional, regional y local, pareciera ser un buen momento para conectarnos con aquellos seres humanos de nuestro entorno inmediato, tangible, palpable y cotidiano y hacer del discurso de nuestra Universidad una realidad consistente y para todos, donde de verdad se respete la democracia, la diversidad, la persona humana y su entorno.
Un buen momento para, y por un lapso de tiempo, compartir nuestras preocupaciones -a ratos- del Olimpo de la producción académica y el artículo indexado, con la noble práctica de contribuir a una mejor sociedad aquí y ahora, en la tierra de la Zona Cero, desde una Universidad pública y pluralista, tolerante e inclusiva.
Quizás ha llegado la hora de pensar también -y como Universidad- en la comunidad de nuestros vecinos, comunidad de la cual también somos parte. Si queremos un país mejor, partamos por el vecindario.
Marcelo Bravo S., Patricio Duarte G., Felipe Gallardo G., Carlos Izquierdo Ch., Itxiar Larrañaga L., Beatriz Maturana C. y María Paz Valenzuela B., académicos del Instituto de Historia y Patrimonio de la Universidad de Chile
Barrio San Borja, Octubre de 2020