Hace 63 años, un domingo 22 de mayo de 1960, a las 15:11 hrs. se experimentó en la zona sur de Chile, el terremoto de mayor magnitud registrado en la historia sísmica mundial. Su duración alcanzó 10 minutos interminables. El sismo, seguido de un tsunami, alcanzó los 9,5 grados Richter. El gran desastre había tenido su preludio el 21 de mayo del mismo año, con otro gran sismo ocurrido en Concepción, el que alcanzó los 8,1 grados Richter.
A pesar de que su epicentro se localizó en Traiguén, la fuerza telúrica logró fracturar toda la zona de subducción entre las penínsulas de Arauco y Taitao, cubriendo una extensión superior a los 1.000 kilómetros. Se le conoce como el desastre de Valdivia, ya que fue en esta ciudad y sus alrededores donde se produjeron los mayores daños humanos y físicos. La inusitada fuerza telúrica cambió la morfología del paisaje, dejó bajo el agua extensas hectáreas urbanas y modificó el curso de ríos y afluentes.
Los efectos del terremoto-tsunami de Valdivia significaron un giro en las prioridades del programa gubernamental del Presidente Jorge Alessandri Rodríguez y agudizó la crisis económica por la que atravesaba el desarrollo nacional. Fue un inédito desafío, no solo para la sismología, sino para la planificación urbana y la arquitectura tanto institucional como habitacional. La Corporación de la Vivienda (CORVI) debió aplicar planes de emergencia para la reconstrucción de viviendas, así como el Ministerio de Obras Públicas y la Corporación de Fomento se vieron obligadas a ejecutar en poco tiempo y escasos recursos la reposición de la infraestructura totalmente destruida.
Una derivada del evento, fue la creación en 1963 de la Asociación Chilena de Sismología en Ingeniería Antisísmica (ACHISINA), filial de la International Association for Earthquake Engineering. Al poco tiempo, en 1966, se inició el estudio para el diseño de la norma NCh 433 o norma técnica de cálculo antisísmico en edificios, que finalmente se oficializó el año 1972. La norma recién pudo ser probada luego del terremoto de San Antonio del 3 de marzo de 1985, el que tuvo repercusiones en toda la zona central del país.
En 1960 la televisión estaba en pañales, y la técnica cinematográfica fue la mejor herramienta para testimoniar el retrato del territorio destruido, con las muertes y las escenas de miles de damnificados que vagaban entre ruinas o habitaban los rucos que el gobierno les había entregado. El historiador Leopoldo Castedo, conjuntamente con el documentalista Sergio Bravo lograron el elocuente registro de la tragedia.
El comportamiento cultural que se desarrolla en torno a los terremotos, nos lleva a preguntarnos sobre cuánto de ellos está presente en nuestra forma de ser como personas y como sociedad, y en qué medida la configuración y significado de nuestras ciudades y arquitectura se han condicionado históricamente ante esta influencia sísmica. A partir de ello, qué valores y atributos del patrimonio urbano y arquitectónico son relevantes en nuestra acción presente, cuánta memoria hemos construido, y en qué grado hemos aprendido las lecciones pasadas para incorporarlas hoy en las tareas de conservación, gestión y manejo de los bienes patrimoniales.
Mario Ferrada Aguilar
Académico
Instituto de Historia y Patrimonio
Facultad de Arquitectura y Urbanismo
Universidad de Chile